Coleccionar tapices en la Europa Renacentista era un símbolo de buen gusto, de prestigio social y de riqueza. Todos los soberanos y aristócratas los encargaban y los atesoraban.
El tapiz era un objeto de lujo sólo al alcance unos pocos. Se confeccionaban con hilos de seda, lana, plata y oro, materiales muy costosos y exclusivos que procedían de distintas partes del mundo. También su proceso de fabricación era oneroso, ya que precisaba de expertos artesanos liceros y cartones o modelos hechos por pintores famosos. Los talleres más prestigiosos eran los de Flandes (Bruselas, Oudenaarde, Malinas, Brujas o Tournai), para los que trabajaban afamados pintores flamencos (Bernard Van Orley, Jan Vermeyen y Pieter Coecke van Aelst) e italianos (Julio Romano). Dado el tamaño de las obras, que a veces podían medir más de 5 metros de altura, sólo era posible exhibirlos en lugares y ocasiones especiales. La calidad artística una vez restaurados y limpiados deslumbra.
La historiografía del arte desde el siglo XVIII nos ha condicionado sobre el concepto que tenemos sobre los tapices, desde entonces se relegó a estas artes suntuarias a una categoría secundaria por detrás de las artes figurativas "mayores", escultura y pintura. Sin embargo, hoy descubrimos que su relevancia fue mayor en los siglos XV y XVI de lo que podíamos pensar. Por un lado, sus tamaños permitían al príncipe de la Edad Moderna desarrollar programas iconográficos complejos con la magnificencia que requería. Por otro, su fácil transportabilidad les hacía los iconos más útiles de trasladar allí donde marcharan las cortes itinerantes de la época. Carlos I de España y V de Alemania, uno de los hombres más viajeros de su tiempo, hizo buen uso de ellos y encargó notables piezas. La nobleza también encargó numerosos tapices para decorar palacios e iglesias.
Los temas que se representaban podían ser religiosos, históricos, mitológicos y alegóricos. Si el encargo provenía de un monarca el mensaje siempre tenía un doble sentido político, contribuyendo a formar una imagen dinástica, del estado o del soberano. Así los ciclos de Alejandro Magno representaban al forjador de un extensísimo imperio de la Antigüedad al igual que lo hizo Carlos V.
El taller de los Pannemaker fue uno de los más prestigiosos de Flandes. Esta familia trabajó desde Bruselas para los papas y las casas reales europeas durante todo el siglo XVI, siendo sus principales mecenas los Habsburgo. Era apreciado por la fidelidad con la que el paño se adaptaba al dibujo y por la exquisitez del color y de sus brillos. La calidad final de su labor era superior, por lo que dominaron el mercado europeo hasta la década de 1570, cuando entró en competencia con los Gobelinos franceses